lunes, 10 de noviembre de 2008

Resumen.
El porquerizo.
Soy un príncipe con un pequeño reino y en edad de casar. Había elegido como esposa a la bellísima hija del emperador. Para esto fuí a palacio y pedí audiencia con la princesa, no sin antes enviarle dos regalos: el primero de ellos, una rosa, era la más bonita de mi reino y solo crecía cada cinco años. En segundo lugar, un ruiseñor que cantaba de modo tan maravilloso que deleitaba a todo el que le oía. A la princesa no le gustaron los regalos pensando sólo en su valor material, y los despreció regalándoselos a sus doncellas. Por esto, decidí darle una lección. Me vestí con ropas sucias y viejas, me pinté la cara de negro y me fuí al palacio en busca de trabajo. Una vez allí me ofrecieron el de porquerizo, que no me venía nada mal para mi plan. Por el día cuidaba a los cerdos, y por la noche me entretenía en mi choza fabricando una olla que cuando hervía, las campanillas que tenía esta alrededor tocaban la canción favorita de la princesa, y además, al poner un dedo sobre el vapor que salía de ella se podía saber la comida que se cocinaba en cada casa de la ciudad. Un atardecer en que la princesa paseaba por su jardín, oyó la música de la olla maravillosa y mandó a una de sus doncellas a que me preguntaran por cuanto daba mi olla, a lo que yo respondí, que solo y exclusivamente la daría por diez besos de la princesa. A esta no le agradó la idea y por ello se marchó enfurecida cuando hice sonar la olla nuevamente y ella, sin poder remediarlo accedió a mi petición. Unos días después, construí una olla que al hacerla girar, tocaba todos los valses y polcas conocidos. No tardó mucho la princesa en mandar a una de sus damas a preguntarme cuanto quería por la olla a lo que yo respondí que cien besos de la princesa. Como la vez anterior la princesa accedió a darme los cien besos para cumplir su capricho. Las doncellas nos rodearon y abrieron sus vestidos para que no se viera nada mientras contaban los besos. Justo en ese momento el emperador pasaba por allí y,cuando vió la escena, se puso a gritar fuera de sí indignado y nos echó a ambos del palacio. Una vez fuera, me vestí con mis ropas de príncipe, me limpié la cara y le dije: princesa, rechazaste al príncipe, y accediste a besar al porquerizo sólo por un capricho así que no mereces mi amor. Y la orgullosa princesa se quedó sola para siempre.

2 comentarios:

mago merlín dijo...

¡Pobre princesa, sola para siempre! El porquerizo es un poco rencoroso. Si la despreciaba, ¿por qué esa necesidad de vengarse? Por otro lado, tiene poderes mágicos mayores que los del mago Merlín: la princesa está furiosa, pero oye la musiquita y no se puede resistir y le da noventa y seis besos al porquerizo (que seguro que olía a pocilga).
Me gusta tu versión, aunque quizá es demasiado fiel al original.

Un saludo de nuevo, Minnie Mouse.

Ocho de Enero del 2011 dijo...

¡minnie!
Aún no me había pasado yo a leer tus ejercicios, que mal por mi parte.
Tienes que pasarte a leer mi ejercicio sobre el infierno, quiero tu opinión.

Un saludo.